La necesidad de propiedad privada, de asignar pertenencia y delimitar territorio es una característica propia del ser humano, por lo que también se escogen representantes encargados de proteger y velar por los intereses colectivos nacionales. Sin embargo, cuando dichos intereses entran en conflicto con asuntos de mayor alcance e importancia, como puede ser la preservación de la naturaleza o el respeto a los derechos humanos, la necesidad de pensar en el beneficio común se hace prioridad evidente, mas no absoluta.
Contrapuesta a esta ideología de territorialidad, existe la necesidad de la búsqueda de una mejor calidad de vida. Es, en parte, por esto que se produce gran fricción entre países al enfrentarse con el fenómeno de la migración.
Al cruzar la frontera de un país, no solamente se atraviesa un intersticio, una línea geográfica divisoria, trazada por personas desconocidas en un tiempo desconocido, sino que se entra a un mundo distinto al propio en muchos aspectos, desde lo cultural hasta lo salarial, en donde las decisiones tomadas por aquellos al mando tienen repercusiones en infinidad de niveles distintos.
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Analizando el ejemplo de la frontera entre México y Guatemala, en donde debido a la situación política social y/o económica de un país, la gente más necesitada suele emigrar en búsqueda de una vida más digna, dispuestas a correr riesgos enormes y viajar distancias increíbles, hacia su destino, ya sea Estados Unidos o México, principalmente, creando indirectamente conflictos políticos sobre todo en las últimas décadas en donde México se ha visto presionado por Estados Unidos para el aumento de seguridad de su frontera del Sur, al igual que afectado al tener que albergar a aquellos emigrantes que no lograron llegar a su destino, por lo que creó “Estaciones de Migración” distribuidas a lo largo de la República (principalmente en los Estados del Sur) encargadas de repatriar a dichos migrantes indocumentados.
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